miércoles, 12 de septiembre de 2012

Mi historia motera...

Mi primera "moto", o mejor dicho, mi primer vehículo de dos ruedas con motor, fue la Suzuki Maxi 49cc, regalo de nuestros padres a los cuatro hermanos por haber superado el curso con "buenas notas".


Y como ocurre en cualquier buena familia, la jerarquía entre hermanos existía para todo y con la "moto" no iba a ser menos, el mayor fue el primero en pillarla, él la estrenó y él le hizo sus primeros kilómetros... también con él fue la primera caída.

Después me tocó el turno a mí, para eso soy el segundo de la casa. Recuerdo que tenía trece años, carita de niño bueno, y fama de ser muy inteligente y responsable.

Era un sábado del mes de febrero, hacía un sol muy agradable y me dije: "Voy a darme una vuelta pa vacilar entre los amigos". Cogí la "moto", la saqué de la cochera y sin arrancarla la fui empujando hasta dejar atrás la puerta de la casa de mi abuela... había superado la primera prueba, cogerla sin que nadie se diera cuenta.

Ya en la calle, un mundo de asfalto se abría ante mí, la arranqué, me subí en ella y aceleré... tal fue el acelerón que le dí que se levantó de la rueda delantera... había hecho mi primer "caballito".

El susto fue tan grande que la paré y la volví a guardar en la cochera sin que nadie se me viera, más que nada para que no me vieran la cara que llevaba.

Pocos días después fue mi padre quién me animó a cogerla. Esta vez la cosa iba a ser diferente, la experiencia es un grado, o mejor dicho la mala experiencia.

Al igual que años atrás me había enseñado a montar en bici, ahí estaba mi padre dispuesto a enseñarme a montar en moto. Sus explicaciones fueron precisas: "Acelera despacito y no te caigas".

¡SUBLIME!

Solamente seis palabras habían bastado para dar una soberbia y magistral clase de conducción, ni en la mejor de las autoescuelas lo podrían haber explicado mejor. El mensaje fue claro, escueto, sencillo y directo, imposible fallar, el orgullo estaba en juego.

... y todo salió bien, mejor que bien, estupendo diría yo. Con la sonrisa de oreja a oreja me pegué mi primera "ruta motera", de casa a la Ermita de Belén y vuelta "pa'tras", todo ello sin casco ni protecciones y sin licencia, con dos "cojo...nes", como se hacía antes.

Durante años la "moto" fue mi único y más preciado medio de transporte, no me movía de casa sin ella. Si había que ir a hacer una recado, pues iba con la "moto", si había que ir a casa de los abuelos, pues iba con la "moto",... tanto dependía de ella que parecía la extensión de mis piernas.

Nuestro idilio se alargó más allá de mi 20 cumpleaños, aunque poco a poco tuve que ir dejando paso a mis hermanos menores, a la par que yo, ya con carnet de conducir, iba cogiendo cada vez más el coche de mi padre.

Desde entonces hasta ahora, han pasado más de quince primaveras, tres lustros tras los que aquel joven estudiante universitario se hizo hombre, se independizó y empezó a escribir el libro de su propia vida.

Dicen que con los años, vuelve el niño que uno fue. En mi caso aquel niño con carita de bueno ha vuelto y aunque la carita ya no sea la misma, la ilusión sigue intacta, antes el niño disfrutaba con la Suzuki Maxi,... ahora el hombre espera disfrutar con la BMW G650GS.

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